No todo es color de rosa en el mundo turístico. A la hora de controlar, multar o premiar a un colega o amigo del sector, empiezan a llover críticas y disconformidades. De eso, nuestro sibarita preferido sabe, y mucho.
El difícil tema. Ha sido una semana de reflexiones sobre el tema de cierta permisividad a la hora de tener que controlar, clasificar, multar o premiar a los jugadores del mundo turístico de una provincia o localidad pequeña o mediana cuando el Ministro o Secretario es un colega, que comparte su vida cotidiana con los vecinos, con los que se encuentra a diario en el supermercado, a la entrada o salida de la escuela cuando lleva a sus hijos, en la misa, en el bar, o la actividad usual que se nos pueda ocurrir.
La tarea. Ser autoridad de turismo o sanidad en una comunidad relativamente pequeña es una situación realmente problemática y difícil de llevar a la práctica con eficiencia y ecuanimidad.
Se presenta mi vecino y amigo de casi toda la vida y me pide que le califique la posada con 4 estrellas. Ni hablar si se trata de un hotel 5 estrellas. Levante la mano el que hizo turismo por el país y se encontró con un alojamiento que claramente no merecía la calificación que le habían puesto.
Existen reglamentaciones, son claras y dejan escaso margen a la interpretación, pero… pero… resulta que los lugares a habilitar suelen tener algunos faltantes que si uno es riguroso no podría satisfacer las expectativas del requirente. Sabemos que si en lugar de 3 estrellas autorizo 2, el comercio que fue así calificado, aplicando rigurosamente las normas, tendrá una perspectiva de facturación sensiblemente menor a la que desea o necesita mi amigo-vecino para conducir un negocio rentable.
Las multas. Otra infausta tarea que corresponde a las autoridades de aplicación. De pronto debo multar a una hostería o un restaurante. Lo común es que, salvo violaciones gravísimas, se suele aplicar la máxima portuguesa que se expresa con “da umjeitinho”, o la expresión más habitual que es: se hace una gauchada.
Es la gauchada de vecino-amigo a vecino-amigo la que relativiza todas las normas que se puedan aplicar a una explotación turística o gastronómica, que es en torno a lo cual merodea esta reflexión.
¿Cómo sigue la convivencia luego que le tuve que aplicar una multa al restaurante al que hace años que concurro? Es imposible. Ya sé, la multa se aplicó porque había productos vencidos en el almacén del lugar, pero ¿quién no tiene un yogur que se venció hace una semana y no se dio cuenta? ¿Cuál es el daño de haber acordado entre todos que serviremos un menú turístico a tantos pesos y con tales características, para luego agregarle algún concepto tipo “cubierto” que le añade un 30% a la cuenta?
La clausura. La peor de las penas para cualquier actividad vinculada a la hospitalidad. Y ni mencionar si se aplicó en plena temporada. En localidades como Punta del Este, en el Uruguay, se aplican multas y clausuras en plena temporada sin la más mínima piedad, por lo que es raro ver irregularidades en los comercios locales. Pero, los inspectores vienen de Montevideo y hacen su trabajo a cara de perro y de hecho es frecuente encontrar un hotel o restaurante clausurado en plena temporada. Esto advierte al resto de que no hay chacota con el tema del cumplimiento de las regulaciones.
¿Entonces? Hay que pensar que el mejor camino, el más recomendable, es el de tener funcionarios profesionales, que vengan de afuera, con un contrato o lo que sea, y que la autoridad de aplicación no sea un vecino-amigo con las consecuencias que hemos estado analizando.
Hubo un ejemplo patagónico interesante, que fue el de Antonio Torrejón, que recorrió la región entera actuando como autoridad de turismo en distintos lugares. Sus gestiones han sido inolvidables.
Hay que aceptar que el amiguismo o el vecinalismo son enemigos inevitables del control justo y eficiente. Manejar estos cargos con criterio político debería irse dejando de lado. No todos los cargos deben ser políticos. Hay cargos que deben ser técnicos y ser ejercidos con ese criterio.
Hablo desde la propia experiencia. Alguna vez me tocó ser Secretario de Turismo de una importante provincia. Es decir, sé de qué estoy hablando. También recuerdo que tuve como subalterno a alguien que había ocupado mi cargo, gran profesional, que me decía de la tranquilidad que significaba para mí estar de paso.
No olvidemos que este país se formó con una gestión virreinal en la que las Ordenanzas Reales se copiaban y clavaban en la puerta del fuerte de Buenos Aires. El virrey certificaba la autenticidad y concluía habitualmente con una fórmula de su puño y letra: “se acata, pero no se cumple”.
Conclusión. Pensemos en profesionalizar los cargos en que se debe ejercer como autoridad de aplicación, comenzando por la hospitalidad, teniendo en cuenta también razones humanas y sociales.
Que nadie vaya a entender de esta reflexión que dudo de la capacidad o probidad de cualquiera que haya ocupado u ocupe actualmente un cargo que con responsabilidad de control. Simplemente aplico la lógica de la convivencia en comunidades, como dije, en las que nos conocemos todos y nos encontramos casi diariamente. Por ahí me equivoco y no me he dado cuenta que en el fondo también está la otra cara de la moneda: lo útil que es tener a alguien que haga la vista gorda, ya sea por temor o afecto. ¿Usted qué piensa?
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